Leovigildo pudo así iniciar el reinado con Sevilla bajo su poder, pero no con Córdoba. Aunque ha habido quien ha interpretado la independencia cordobesa frente al Reino visigodo en estos años porque la ciudad bética formase parte de la provincia bizantina de Spania, la verdad es que las fuentes en absoluto apoyan tal visión. Por el contrario la rebeldía cordobesa se presenta ahora con un movimiento autonomista frente al poder central: bien fuese el visigodo de Toledo, Sevilla, o el bizantino de Cartagena y la costa andaluza. Independentismo cordobés que sin duda se basaba en el poder e influencia social y económica de la aristocracia fundiaria local. Para conseguir esta dicha nobleza cordobesa contaba con la protección de las murallas romanas de la ciudad y de los santos mártires cordobeses, entre los que destacaba San Acisclo con su basílica-baluarte extramuros; protección esta ultima mas invisible pero no por ello menos formidable, al decir de los testimonios de la época. Fuera de Córdoba otros lugares focalizadores del poder de dicha nobleza, y baluartes defensivos de la misma, serian sus villae fortificadas, denominadas castella en las fuentes de la época; sin duda, y por lo general, la típica villa tardorromana de corredor con dos potentes torres a sus lados. Para cubrir su defensa contaban con guardias personales reclutadas entre los campesinos dependientes de sus dominios, sin duda bajo el estatuto jurídico del bucelariato tardorromano y visigodo u otras formas de inferior categoría, incluso con estatuto servil, de raigambre más o menos gótica.
La utilización de la protección de los santos patronos celestiales por parte de la nobleza autonomista cordobesa nos indica ya que ésta buscaba legitimar su acción en la esfera religiosa. Sin duda esta última, y en la coyuntura concreta del tercer cuarto del siglo VI, era de enorme utilidad para cualquier intento autonomista frente a la Monarquía visigoda hispania y frente a Bizancio. Pues los cordobeses podía justificar su situación en la defensa de la verdadera y católica. Fe de sus Santos protectores frente a poderes heréticos como eran el monarca visigodo arriano y el emperador Justiniano. Pues este último se había granjeado la enemistad, y hasta la excomunión, de la inmensa mayoría de las iglesias occidentales por su condena de los famosos Tria Capitula, con el edicto del 546 y la composición del contestado Quinto concilio ecuménico del 553; carácter herético para muchos occidentales de Justiniano y su gobierno qe se reforzaría con la senecta adhesión imperial al Dogma “aphthardocetista” de Julián de Halicarnaso. Rechazo de la Iglesia católica hispana hacia tales imposiciones imperiales que tratarían de ser ciertamente aprovechando por cuantos poderes existentes en España se considerasen rivales en algún momento como campeón de la ortodoxia católica frente a los herejes bizantinos, apoyando a cualquiera que se opusiera a la política religiosa imperial.
Por el contrario no creemos que se pueda seguir defendiendo, como de forma generalizada se ha hecho hasta ahora, que el independentismo cordobés ocultase un irredentismo romanófilo y enemigo de todo lo que significase visigodo. Es más, cabe suponer que en el seno de esa nobleza cordobesa autonomista existían linajes de estirpe gótica, allí asentados desde hacía una generación como mínimo. Del temprano establecimiento de notables visigodos de etnia gótica en la zona de Córdoba serían testimonios: la inscripción de Wiliulfo (muerto en 562) de Montoro, y las tumbas con ajuar tipo Castiltierra y Espiel, en el km. 19-20 de la carretera de los Arenales a Villaviciosa (La Zapatera) y en la misma vecindad de Córdoba (Cerro Murciano). Una nobleza de origen diverso, romano y también gótico, capaz de mantener el recuerdo de sus orígenes étnicos (como podría ser en el caso de la visigoda su propia antroponimoa o ciertas tradiciones germánicas de tipo más bien simbólico muy enraizadas en las familias de la nobleza goda, como pudiera ser la morgengabe), pero que se consideraba un solo grupo social y político en lo que la unía frente a los oderes externos que amenazaban la plena realización de sus aspiraciones políticas: su carácter cordobés y su declarada Fe católica, la misma que había llevado al martirio a los Santos cordobeses. La expresión política de esta nobleza cordobesa (literal patriciado urbano avanta la lettre, como tendremos ocasión de señalar más adelante) sería su pertenencia al órgano de gobierno de lo que se quería fuese la nueva entidad política independiente: la ciudad de Córdoba y su territorium.
En las circunstancias políticas excepcionales en que se fue gestando esta nueva Entidad política cordobesa no parece extraño que dicho órgano de gobierno se fraguase en las viejas tradiciones municipales romanas e instituciones colegialas de la misma: en la curia. Pero una curia renovada social y políticamente, por formar parte de ella las auténticas fuerzas vivas cordobesas; que renegaba en cualquier poder por encima de ellas; y que reclamaba para sí la plena soberanía política. una curia, por tanto, que más tenía que ver con un remedio ideal del senado de la Urbe que con la cámara municipal de una ciudad de provincias, compuesta por una oligarquía urbana venida a menos y que veía como las fuerzas vivas del lugar trataban de escapar de la misma de mil y una manera. Una curia cordobesa, por tanto, que optaría por denominarse frecuentemente senatus. Palabra mágica ésta. Por un lado traía a la memoria lo mejor de las tradiciones nobiliarias del desaparecido Imperio, con una clara oposición simbólica a todo lo que significase poder monárquico: que tanto por el lado toledano como por el bizantino constituiría el auténtico tabú político de dicha nobleza cordobesa. Por el lado de los nobles de origen gótico su campo semántico también les introducía en el seno de una clase social y política a la que había aspirado siempre a pertenecer desde que un día sus antepasados penetraron un suelo romano; y, además, en los mismo usos lingüísticos visigodos dicho campo lingüístico debía estar relacionado con el concepto de nobleza como un grupo social hereditario depositario de las tradiciones nacionales y representante de la soberanía de la gens con igualdad de títulos, cuando menos, que los reyes. Por eso no puede extrañar que una generación después de haber despertado de ese momentáneo sueño de independencia política un notario cordobés recordase, como un mérito parejo e íntimamente ligado, la estirpe gótica y la pertenencia al senatus (la vieja y denostada curia municipal cordobesa) de la joven novia que iva a recibir en dote por su marido, otro noble cordobés sin duda, entre otras cosas el mismo regalo de la madrugada nupcial que los cantica maiorum góticos decía habían recibido las princesas de la Escitia. Como no podía ser menos los otros referentes histórico-culturales (además de los propios del senatus y de la ordinis getici morgingeba vetusti) de dicha nobleza cordobesa lo constituían la tradición literaria clásica, pero en un sentido ya no anticristiano, y la Biblia. Unos y otros constituían así los valeur antiques et valeur chrétiennes del mundo espiritual de la nobleza cordobesa de la época. Nada extraña tampoco que los nietos de esa generación de soñadores arrancase de su antiguo enemigo, la Monarquía visigoda, el lema que más dulces recuerdos les traía a la mente para las monedas regias acuñadas en su ciudad: Córdoba patricia.
GARCÍA MORENO. L.A.: “La Andalucía de San Isidoro”. II Congreso de Historia de Andalucía.
[Elvira Ruiz y Elisabeth Muñoz]