jueves, 8 de enero de 2009

¡ A POR ELLOS QUE SON POCOS ! EL PROCESO ELECTORAL DURANTE EL CACIQUISMO.

  1. Llegadas las elecciones, la actitud política se centraba en los casinos, tertulias y círculos, aunque era en las reuniones celebradas en las casas particulares de los jefes políticos donde se decidía la estrategia concreta a seguir y la nominación de los cancidatos que, por regla general, eran en los distritos rurales, individuos sobresalientes de las listas de mayores contribuyentes de la provincia. Los candidatos no hacían “campaña” sino excursión por el distrito, y no hablaban de problemas políticos y similares sino de las excelencias de la gastronomía local, de las bellezas, naturales y femeninas, de la virgen patrona del pueblo, etc. Y llegada la hora de votar, cualquier procedimiento empleado era bueno si aseguraba el triunfo, dependiendo todo un poco de la naturaleza del cacique: se repartían vinos y puros entre los electores en las elecciones de 1886; a partir de la de 1881, las elecciones “verdad” de Sagasta, que fueron relativamente reñidas, se compran los votos, llegándose a pagar entre 5 y 15 pesetas cada uno y saliendo un acta de diputado a principios del siglo XX, por unos diez mil duros; en Córdoba, la nobleza terrateniente llevaba a votar a los colonos de sus tierras con el voto ya decidido, mientras que otros candidatos recurrían al favor popular, como el candidato republicano del Puerto de Santa María, que en 1891 hizo campaña con Mazzantini, quien prometía torear gratis en el pueblo si salía su amigo. Más peregrinos eran los métodos empleados por el propio aparato del poder central: antes de cada elección, el ministerio cursaba órdenes a los gobernadores civiles con indicación del plan que debían seguir y a veces las medidas a tomar eran auténticos atropellos legales: así, en la carta del gobernador civil de Granada a Maura, en marzo de 1905, le dice que "debo manifestar a usted que para que el candidato adicto pueda asegurar la elección necesita quitar los ayuntamientos de Almegíjar, Cádiar y Gualchas por los menos, pues de no ser así su derrota es inevitable". En ocasiones se utiliza como medida de coacción las multas: en 1884, en Cádiz, Córdoba y Almería fueron multados muchos ayuntamientos por falta de docilidad a la candidatura gubernamental; en Albuñol se multaron con 500 pesetas a los 23 alcaldes de los ayuntamientos que componían el distrito: otras veces se hacían intervenir funcionarios volanderos que se presentaban, en los ayuntamientos reacios, a revisar las cuentas dándose el caso de algunos que iniciaban la inspección desde muchos años atrás provocando situaciones difíciles entre los municipios. Había caciques que empleaban métodos más expeditivos y directos, teniendo a sueldo a matones -partidas de la porra-, e incluso, en casos muy complejos, recurriendo a bandoleros como fuente de presión contra los opositores; estos caciques-bandoleros proliferaron en Córdoba y Granada, algunos con apodos muy reveladores como José Rodríguez, alias El Navajazo, de Ronda; el Niño de Benamejí, secuestrador y cuatrero, etc. En conjunto puede decirse que el caciquismo andaluz se diferenció del resto nacional por el mayor concurso a la violencia por parte de los caciques llegadas las lecciones. Bandas armadas había en tales fechas en Almería, en Vélez-Rubio, etc, que parecían plazas sitiadas durante el período electoral, no siendo infrecuentes los casos en que se terminaba con alguna que otra muerte.
    Si las medidas coactivas previas no eran suficientes para asegurar el triunfo del candidato, se recurría a otras tretas: la más conocida, el pucherazo, siendo algunos tan notorios como el de un distrito almeriense que, en 1918, teniendo sólo 124 electores, dio 1.015 votos al candidato oficial; el voto de crucificados y lázaros o, lo que es igual, resucitar muertos para votar, etc. En general, los abusos falsificadores estaban a la orden del día, no sólo en las derechas, sino en los grupos republicanos, habiéndose hecho célebre el caso de Linares, donde un grupo de republicanos entró en un colegio electoral rompiendo urnas al grito de !vamos a por ellos, que son pocos! Los resultados obtenidos reflejan para Andalucía un nivel de participación política superior a la media nacional, aunque todas las formaciones políticas estaban convencidas de que era falso, siendo dominante, por el contrario, el retraimiento electoral. Una característica muy acusada en las elecciones de Andalucía era la falta de competencia política entre los candidatos de los distritos rurales: según Tussell, en los distritos de Aracena y Albuñol, en trece de las elecciones habidas entre 1891-23, tan solo hubo un candidato por puesto a cubrir; la mayoría de los distritos andaluces eran dóciles, eligiendo diputado del mismo signo político del presidente del Consejo de Ministros, como por ejemplo ocurre en el caso de Utrera en todas las elecciones de la Restauración. Todos estos mecanismos tienen por consecuencia el asegurar el triunfo de los candidatos oficiales; en la región andaluza, entre 1890 y 1931, sólo en trece ocasiones resultaron electos candidatos de la oposición al sistema de casi un millar de puestos en disputa.
  2. Aunque resulta complejo determinar las causas esenciales del fenómeno caciquil andaluz y la farsa electoral que lleva aparejado, se puede apuntar algunas de ellas más determinantes; a) el analfabetismo, que tenía en la región las más altas cotas nacionales, dándose algún caso singular como, por ejemplo, el distrito de Sorbas, que con el 80 por 100 de población analfabeta le encasillaron como candidato cunero a uno de los hombres más preclaros de las letras hispánicas de la época: Azorín; b) el control del mercado de trabajo que mantenía de forma rígida, los terratenientes, derivado de régimen latifundista de la propiedad de la tierra: obreros, colonos y pegujaleros eran votos disponibles de quienes los empleaban o arrendaban las tierras; c) por último, la influencia creciente de los principios anarquistas en el campesinado, que veían en la lucha política la forma más estéril -y corrompida- de lucha revolucionaria. El voto más peleado era, por tanto, el voto urbano, precisamente donde se empezaron a consolidar las formaciones políticas de oposición, aparte de aquellas localidades que como Montilla, Río Tinto, La Carolina, etc., tenían circunstancias especificas que diferenciaban a su proletariado del resto campesino.

BERNAL, A.M. “Andalucía caciquil y revolucionaria”. Historia de Andalucía. Tomo VIII. Barcelona, Planeta, 1983. Págs.32 a35

[Aurora López Aceituno, Cristina Pérez García y Verónica González León]