ESPAÑOLES:
La ciudad de Cádiz puesta en armas, con toda su provincia, con la armada anclada en su puerto y todo el departamento marítimo de la Carraca, declara solemnemente que niega su obediencia al Gobierno que reside en Madrid, segura de que es leal intérprete de todos los ciudadanos que en el dilatado ejercicio de la paciencia no hayan perdido el sentimiento de la dignidad, y resuelta a no deponer las armas hasta que la Nación recobre su soberanía, manifieste su voluntad y se cumpla.
¿Habrá algún español tan ajeno a las desventuras de su país que nos pregunte las causas de tan grave acontecimiento?
Si hiciéramos un examen prolijo de nuestro agravios, más difícil sería justificar a los ojos del mundo y de la Historia la mansedumbre con que los hemos sufrido, que la extrema resolución con que procuramos evitarlos.
Hollada la ley fundamental; convertida siempre antes en celada que en defensa del ciudadano; corrompido por la amenaza y el soborno; dependiente la seguridad individual , no del derecho propio, sino de la irresponsable voluntad de cualquiera de las autoridades; muerto el municipio; pasto la Administración y la Hacienda de la inmoralidad del agio; tiranizada la enseñanza; muda la prensa y solo interrumpido el universal silencio por las frecuentes noticias de las nuevas fortunas improvisadas; del nuevo negocio; de la nueva real orden encaminada a defraudar el tesoro público; de títulos de Castilla vilmente prodigados al alto precio, en fin, a que logran su venta la deshonra y el vicio. Tal es la España de hoy. Españoles: ¿quién la aborrece tanto que se atreva a exclamar: "así ha de ser siempre"?
No; no será. Ya basta de escándalos.
Desde estas murallas, siempre fieles a nuestra voluntad, libertad e independencia, depuesto todo interés de partido, atentos sólo al bien general, os llamamos a todos a que seáis partícipes de la gloria de realizarlo.
Nuestra heroica marina, que siempre ha permanecido extraña a nuestras diferencias interiores, al lanzar la primera el grito de protesta, bien claramente demuestra que no es un partido el que se queja, sino que los clamores salen de las entrañas mismas de las Patria.
No tratamos de deslindar los campos políticos. Nuestra empresa es más alta y más sencilla. Peleamos por la existencia y el decoro.
Queremos que una legalidad común por todos creada tenga implícito y constante el respeto de todos. Queremos que el encargado de observar y hacer observar la Constitución no sea su enemigo irreconciliable.
Queremos que las causas que influyan en las supremas resoluciones las podamos decir en alta voz delante de nuestra madres, de nuestras esposas y de nuestras hijas; queremos vivir la vida de la honra y la libertad.
Queremos que un Gobierno provisional que represente todas las fuerzas vivas del país asegure el orden en tanto que el sufragio universal echa los cimientos de nuestra regeneración social y política.
Contamos para realizar nuestro inquebrantable propósito con el concurso de todos los liberales, unánimes y compactos ante el común peligro; con el apoyo de las clases acomodadas, que no querrán que el fruto de sus sudores siga enriqueciendo las interminable serie de agiotistas y favoritos; con los amantes del orden, si quieren verlo establecido sobre las firmísimas bases de la moralidad y del derecho; con los ardientes partidarios de lasa libertades individuales, cuyas aspiraciones pondremos bajo el amparo de la ley; con el apoyo de los ministros del Altar, interesados antes que nadie en cegar en su origen las fuentes del vicio y del mal ejemplo; con el pueblo todo y con la aprobación, en fin, de la Europa entera, pues no es posible que en el consejo de las naciones se haya decretado ni se decrete que España ha de vivir envilecida.
Rechazamos el nombre que nos dan nuestro enemigos: rebeldes son, cualquiera que sea el puesto en que se encuentren, los constantes violadores de todas las leyes, y fieles servidores de su patria los que a despecho de todo linaje de inconvenientes le devuelven su respeto perdido.
Españoles: acudid a las armas, único medio de economizar la efusión de sangre, y no olvidéis que en estas circunstancias en que las poblaciones van sucesivamente ejerciendo el gobierno de sí mismas, dejan escritos en la historia todos sus instintos y cualidades con caracteres indelebles. Sed, como siempre, valientes y generosos. La única esperanza de nuestros enemigos consiste ya en los excesos a que desean vernos entregados. Desesperándolos desde el primer momento, manifestando con nuestra conducta que siempre fuimos dignos de la libertad que tan inicuamente nos han arrabatado.
Acudid a las armas, no con el impulso del encono, siempre funesto; no con la furia de la ira, siempre débil; sino con la solemne y poderosa serenidad con que la justicia empuña su espada.
¡ Viva España con honra !
Cádiz, 19 de septiembre de 1868
Duque de la Torre.- Juan Prim.- Domingo Dulce.- Francisco Serrano Bedoya.- Ramón Nouvilas.- Rafael Primo de Rivera.- Antonio Caballero de Rodas.- Juan Topete.